Una joyita que salió publicada hace unos meses en Miradas al Sur y había guardado con el ánimo de publicar. Lo de pesca con mosca, puede interesarme...
Nadie hablaba de peronismo. Se hablaba de pesca con mosca y en el colegio, Perón había sido apenas un presidente algo autoritario. En la facultad, los grandes profesores de constitucional no daban cuenta de la Constitución del ’49 porque tampoco se hablaba de peronismo. Nuestro espíritu de combate nos llevó a militar en una agrupación independiente, de esas surgidas al calor del “que se vayan todos”, donde nadie hablaba de peronismo. Sí hablábamos de las injusticias, de la desigualdad, de la importancia del Derecho y de la política como herramientas de transformación. Pero nadie hablaba de peronismo.
Por lo bajo, algunos contaban las historias setentistas de sus viejos desaparecidos, otros que habían estado exiliados, resulta que todos eran peronistas, algunos ya lo sabían, otros sentíamos esa incomodidad adolescente de sospechar una identidad y no conocerla, eso de “no sé lo que quiero pero lo quiero ya”. Pero nadie hablaba de peronismo.
Hubo un tiempo en que los contestatarios nos encontrábamos molestos, desorientados, nos costaba asumir que había un gobierno que podía no molestarnos tanto, hasta agradar un poco, finalmente, apasionar. Ser oficialista para alguien que se considera a sí mismo contestatario es bastante traumático, sepan entender. Este nuevo gobierno al que nadie había votado porque nadie sabía ni dónde quedaba Santa Cruz, hizo realidad sueños que teníamos en el llano y era un gobierno peronista.
Así se reincorporó el peronismo al vocabulario juvenil, algo que formaba parte de una leyenda subterránea, de un museo de lo que este país había sido pero que carecía de legitimidad. Se podía ser joven, seguir siendo rebelde y ser peronista sin tener que dar cuenta del menemismo ni de la Triple A. Era cuestión de que alguien se pusiera a hablar de peronismo y se pusiera a hacer peronismo. Entonces pudimos saberlo: éramos peronistas. Los advenedizos tenemos mucho mérito. Hemos estado perdidos, asustados, buscando.
Era cuestión de estudiar la historia argentina con criterio político y con el deseo en juego todo el tiempo para llegar a la simple conclusión: somos peronistas. Y podemos decirlo y serlo tanto como aquellos a los que años antes combatimos, y se llaman a sí mismos peronistas. Pero hemos pasado por situaciones vergonzosas como cantar a viva voz la estrofa equivocada y que nos miren mal los peronistas de cuna. Los peronistas de cuna se ríen de nuestro asombro constante, se burlan de cómo devoramos libros prestados y nos emocionamos con la correspondencia Perón-Cooke. La ventaja que tenemos los advenedizos es que siempre seremos jóvenes peronistas.
Por lo bajo, algunos contaban las historias setentistas de sus viejos desaparecidos, otros que habían estado exiliados, resulta que todos eran peronistas, algunos ya lo sabían, otros sentíamos esa incomodidad adolescente de sospechar una identidad y no conocerla, eso de “no sé lo que quiero pero lo quiero ya”. Pero nadie hablaba de peronismo.
Hubo un tiempo en que los contestatarios nos encontrábamos molestos, desorientados, nos costaba asumir que había un gobierno que podía no molestarnos tanto, hasta agradar un poco, finalmente, apasionar. Ser oficialista para alguien que se considera a sí mismo contestatario es bastante traumático, sepan entender. Este nuevo gobierno al que nadie había votado porque nadie sabía ni dónde quedaba Santa Cruz, hizo realidad sueños que teníamos en el llano y era un gobierno peronista.
Así se reincorporó el peronismo al vocabulario juvenil, algo que formaba parte de una leyenda subterránea, de un museo de lo que este país había sido pero que carecía de legitimidad. Se podía ser joven, seguir siendo rebelde y ser peronista sin tener que dar cuenta del menemismo ni de la Triple A. Era cuestión de que alguien se pusiera a hablar de peronismo y se pusiera a hacer peronismo. Entonces pudimos saberlo: éramos peronistas. Los advenedizos tenemos mucho mérito. Hemos estado perdidos, asustados, buscando.
Era cuestión de estudiar la historia argentina con criterio político y con el deseo en juego todo el tiempo para llegar a la simple conclusión: somos peronistas. Y podemos decirlo y serlo tanto como aquellos a los que años antes combatimos, y se llaman a sí mismos peronistas. Pero hemos pasado por situaciones vergonzosas como cantar a viva voz la estrofa equivocada y que nos miren mal los peronistas de cuna. Los peronistas de cuna se ríen de nuestro asombro constante, se burlan de cómo devoramos libros prestados y nos emocionamos con la correspondencia Perón-Cooke. La ventaja que tenemos los advenedizos es que siempre seremos jóvenes peronistas.
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