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Se condenó a sí mismo Por Joaquín Morales Solá | LA NACION
Quizá no lo supo o no lo quiso saber, pero Néstor Kirchner se condenó a sí mismo a la derrota el día en que les declaró a los ruralistas una guerra perpetua. Tampoco imaginó o no quiso imaginar que se sentenció él mismo al descalabro personal el día en el que decidió competir como candidato a diputado nacional por Buenos Aires. Era una buena táctica de campaña para disimular la irreparable pérdida de la mayoría parlamentaria; en el plazo que venció ayer, el resultado fue su ruina.
El kirchnerismo ha concluido anoche como ciclo político. El tiempo que le resta es el de un paisaje resbaladizo, en el que Kirchner hará lo que pueda –o lo que quiera– para preservar una inestable gobernabilidad. Además, el peronismo tiene desde ayer el candidato que buscaba para relevar el liderazgo de Kirchner: es Carlos Reutemann, que ganó en Santa Fe contra la mayoría de los pronósticos. Reutemann es uno de los pocos referentes que el peronismo no discute.
Francisco de Narváez se erigió anoche en uno de los mayores líderes políticos de la Argentina y Julio Cobos se convirtió en el presidenciable de más peso de las corrientes no peronistas. De Narváez no sólo derrotó personalmente a Kirchner, el hombre fuerte de la Argentina durante los últimos seis años; también ganó en el mayor y más contundente distrito electoral del país. De Narváez estaba el viernes decidido a depositar en Mauricio Macri su apoyo presidencial. Aunque Macri no hizo una excelente elección en la Capital, tuvo –debe reconocérsele– un papel protagónico en el proyecto que derrotó a Kirchner por primera vez en 22 años de política. De Narváez contó con el apoyo de Macri en el díscolo conurbano.
De Narváez le aconsejó a Macri, en la noche del viernes último, que lanzara su candidatura presidencial en las próximas 72 horas, si ellos ganaban la Capital y Buenos Aires. Esos triunfos sucedieron. De Narváez está dispuesto a negociar con Macri, Reutemann y Cobos la gobernabilidad de los tiempos inminentes. Lo cierto es que De Narváez sólo quiere despejar pronto el escenario de las futuras elecciones presidenciales.
Elisa Carrió cayó en la Capital, donde salió tercera, y en la provincia de Buenos Aires, donde también ocupó el tercer lugar. Ha cometido errores, aunque sería injusto desconocer que fue el primer exponente de la política argentina en denunciar los desaguisados institucionales del kirchnerismo y la corrupción de muchos funcionarios de confianza del ex presidente. Su candidatura presidencial se diluyó anoche. Hermes Binner terminó siendo víctima de la dura batalla santafecina entre dos presidenciables: él mismo y Reutemann. Binner, como Carrió, no podrá reivindicar un rol presidenciable en las próximas elecciones que definirán a un jefe de Estado.
Sólo Cobos, entre los principales líderes no peronistas, se alzó con un triunfo arrollador en Mendoza. ¿Es sólo casualidad que los tres hombres que tuvieron un notable protagonismo contra Kirchner en el conflicto contra el sector agropecuario (De Narváez, Reutemann y Cobos) hayan ganado en el domingo de elecciones? Seguramente, no. Una lectura de la derrota de Kirchner en Buenos Aires es el profundo rechazo que su figura provoca en el interior rural de la provincia, más profundo que el que estimaban las mediciones de opinión pública. Algo del conurbano se contagió también de esas fobias. Y Reutemann se alejó de Kirchner para que lo votaran los campesinos.
Alberto Fernández, ex jefe de Gabinete, recurría ayer a Einstein: "Si sigues repitiendo los errores, no esperes resultados mejores", aguijoneaba. Y Kirchner redundó en su error de enfrentar al campo hasta ponerlo de rodillas. Llegó a hipotecar la única solución argentina para esquivar una parte de la crisis económica internacional con tal de no perdonarles a los campesinos la irreverencia de haberle dicho que no. Cometió demasiados errores nuevos: desde pronosticar un nuevo 2001, si resultaba derrotado, hasta pedirle públicamente a De Narváez que se presentara ante un juez sospechado y sospechoso. En los últimos tiempos, sólo se rodeaba de Hugo Moyano y del progresismo peronista, que no es malo por progresista, sino por antiguo.
* * *
Acorralado por derecha por De Narváez y por izquierda por Pino Solanas, lo que decantó ayer es que al ex presidente le quedan muy pocos seguidores, se mire por donde se mire. "Tendrá que parcelar el gabinete entre los gobernadores peronistas si quiere conservar el gobierno", se animó a predecir ayer un alto funcionario kirchnerista. ¿Aceptará Kirchner gobernar con un gabinete parcelado y con un Congreso en contra de él? El Congreso se formará con un oficialismo derrotado en casi todo el país. Su composición física cambiará el 10 de diciembre; su composición política se modificará desde mañana.
Anoche, en la intimidad de un debate consigo mismo, debió pensar que lo que sucedió ayer (cuando perdió hasta en su natal Santa Cruz, que dominó con mano férrea durante casi veinte años) fue algo más que una derrota: fue una guillotina que cayó, rápida y definitiva. No tiene mucho tiempo para contestar aquella pregunta sobre sus posibilidades de controlar el gobierno: los conflictos de la Argentina se abatirán sobre él y su esposa velozmente. Toda derrota opera sólo para diezmar el poder.
Kirchner pertenece a esa raza de políticos que no abandonan el poder hasta que los echan. La incógnita consiste en saber –y aún no se sabe–si él considera que ayer la sociedad lo echó. Debió de ser una dura sorpresa para él si sus palabras íntimas de los últimos días ("Ganaremos Buenos Aires por más de 10 puntos") fueron sinceras. Si fue franco, entonces hay que creer que está desde hace mucho tiempo perdido en un laberinto de paranoias conspirativas.
Solanas fue la expresión de un voto moral y de rechazo a la corporación política tal como es. Al mismo tiempo, el más fenomenal aparato político del país, el peronismo bonaerense, caía batido por un recién llegado a la política. "Jugó la selección argentina contra Talleres de Córdoba. Y ganó Talleres", ironizó un peronista perdidoso.
Es cierto. El núcleo duro del poder se había derrumbado. Kirchner, Daniel Scioli, Sergio Massa, Alberto Balestrini y casi todos los intendentes del conurbano cayeron en un paisaje calcinado por esperanzas derrotadas.
Se condenó a sí mismo Por Joaquín Morales Solá | LA NACION
Quizá no lo supo o no lo quiso saber, pero Néstor Kirchner se condenó a sí mismo a la derrota el día en que les declaró a los ruralistas una guerra perpetua. Tampoco imaginó o no quiso imaginar que se sentenció él mismo al descalabro personal el día en el que decidió competir como candidato a diputado nacional por Buenos Aires. Era una buena táctica de campaña para disimular la irreparable pérdida de la mayoría parlamentaria; en el plazo que venció ayer, el resultado fue su ruina.
El kirchnerismo ha concluido anoche como ciclo político. El tiempo que le resta es el de un paisaje resbaladizo, en el que Kirchner hará lo que pueda –o lo que quiera– para preservar una inestable gobernabilidad. Además, el peronismo tiene desde ayer el candidato que buscaba para relevar el liderazgo de Kirchner: es Carlos Reutemann, que ganó en Santa Fe contra la mayoría de los pronósticos. Reutemann es uno de los pocos referentes que el peronismo no discute.
Francisco de Narváez se erigió anoche en uno de los mayores líderes políticos de la Argentina y Julio Cobos se convirtió en el presidenciable de más peso de las corrientes no peronistas. De Narváez no sólo derrotó personalmente a Kirchner, el hombre fuerte de la Argentina durante los últimos seis años; también ganó en el mayor y más contundente distrito electoral del país. De Narváez estaba el viernes decidido a depositar en Mauricio Macri su apoyo presidencial. Aunque Macri no hizo una excelente elección en la Capital, tuvo –debe reconocérsele– un papel protagónico en el proyecto que derrotó a Kirchner por primera vez en 22 años de política. De Narváez contó con el apoyo de Macri en el díscolo conurbano.
De Narváez le aconsejó a Macri, en la noche del viernes último, que lanzara su candidatura presidencial en las próximas 72 horas, si ellos ganaban la Capital y Buenos Aires. Esos triunfos sucedieron. De Narváez está dispuesto a negociar con Macri, Reutemann y Cobos la gobernabilidad de los tiempos inminentes. Lo cierto es que De Narváez sólo quiere despejar pronto el escenario de las futuras elecciones presidenciales.
Elisa Carrió cayó en la Capital, donde salió tercera, y en la provincia de Buenos Aires, donde también ocupó el tercer lugar. Ha cometido errores, aunque sería injusto desconocer que fue el primer exponente de la política argentina en denunciar los desaguisados institucionales del kirchnerismo y la corrupción de muchos funcionarios de confianza del ex presidente. Su candidatura presidencial se diluyó anoche. Hermes Binner terminó siendo víctima de la dura batalla santafecina entre dos presidenciables: él mismo y Reutemann. Binner, como Carrió, no podrá reivindicar un rol presidenciable en las próximas elecciones que definirán a un jefe de Estado.
Sólo Cobos, entre los principales líderes no peronistas, se alzó con un triunfo arrollador en Mendoza. ¿Es sólo casualidad que los tres hombres que tuvieron un notable protagonismo contra Kirchner en el conflicto contra el sector agropecuario (De Narváez, Reutemann y Cobos) hayan ganado en el domingo de elecciones? Seguramente, no. Una lectura de la derrota de Kirchner en Buenos Aires es el profundo rechazo que su figura provoca en el interior rural de la provincia, más profundo que el que estimaban las mediciones de opinión pública. Algo del conurbano se contagió también de esas fobias. Y Reutemann se alejó de Kirchner para que lo votaran los campesinos.
Alberto Fernández, ex jefe de Gabinete, recurría ayer a Einstein: "Si sigues repitiendo los errores, no esperes resultados mejores", aguijoneaba. Y Kirchner redundó en su error de enfrentar al campo hasta ponerlo de rodillas. Llegó a hipotecar la única solución argentina para esquivar una parte de la crisis económica internacional con tal de no perdonarles a los campesinos la irreverencia de haberle dicho que no. Cometió demasiados errores nuevos: desde pronosticar un nuevo 2001, si resultaba derrotado, hasta pedirle públicamente a De Narváez que se presentara ante un juez sospechado y sospechoso. En los últimos tiempos, sólo se rodeaba de Hugo Moyano y del progresismo peronista, que no es malo por progresista, sino por antiguo.
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Acorralado por derecha por De Narváez y por izquierda por Pino Solanas, lo que decantó ayer es que al ex presidente le quedan muy pocos seguidores, se mire por donde se mire. "Tendrá que parcelar el gabinete entre los gobernadores peronistas si quiere conservar el gobierno", se animó a predecir ayer un alto funcionario kirchnerista. ¿Aceptará Kirchner gobernar con un gabinete parcelado y con un Congreso en contra de él? El Congreso se formará con un oficialismo derrotado en casi todo el país. Su composición física cambiará el 10 de diciembre; su composición política se modificará desde mañana.
Anoche, en la intimidad de un debate consigo mismo, debió pensar que lo que sucedió ayer (cuando perdió hasta en su natal Santa Cruz, que dominó con mano férrea durante casi veinte años) fue algo más que una derrota: fue una guillotina que cayó, rápida y definitiva. No tiene mucho tiempo para contestar aquella pregunta sobre sus posibilidades de controlar el gobierno: los conflictos de la Argentina se abatirán sobre él y su esposa velozmente. Toda derrota opera sólo para diezmar el poder.
Kirchner pertenece a esa raza de políticos que no abandonan el poder hasta que los echan. La incógnita consiste en saber –y aún no se sabe–si él considera que ayer la sociedad lo echó. Debió de ser una dura sorpresa para él si sus palabras íntimas de los últimos días ("Ganaremos Buenos Aires por más de 10 puntos") fueron sinceras. Si fue franco, entonces hay que creer que está desde hace mucho tiempo perdido en un laberinto de paranoias conspirativas.
Solanas fue la expresión de un voto moral y de rechazo a la corporación política tal como es. Al mismo tiempo, el más fenomenal aparato político del país, el peronismo bonaerense, caía batido por un recién llegado a la política. "Jugó la selección argentina contra Talleres de Córdoba. Y ganó Talleres", ironizó un peronista perdidoso.
Es cierto. El núcleo duro del poder se había derrumbado. Kirchner, Daniel Scioli, Sergio Massa, Alberto Balestrini y casi todos los intendentes del conurbano cayeron en un paisaje calcinado por esperanzas derrotadas.
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