Para la lectura del presente documento, recomiendo la
introducción al mismo, que puede leerse aquí.
Soy revisionista por naturaleza. Y en varios órdenes de la
historia. No solo la nacional y la política. Lo hago hasta para mis
investigaciones periodísticas en otros ámbitos de mi interés.
El revisionismo implica ir contra lo establecido, no por
capricho, sino cuando se tiene la certeza de que no refleja la verdad. Ello
implica casi siempre, ganarse algún enemigo.
Y a lo largo del tiempo he aprendido que al enemigo se lo
combate, pero también se lo respeta, en lo posible, sin jamás subestimarlo. Y
en el caso que nos ocupa, de ningún modo nos vendrá mal reconocer que los
británicos han sido muy hábiles a lo largo de los últimos doscientos años. Si
aceptamos que no hay dudas de ello, podremos estar mejor preparados para el
futuro.
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En este año estamos conmemorando varios hitos de soberanía.
Y estamos recuperando lo que es nuestro.
Durante febrero tuvimos en nuestra segunda mayor ciudad del
país, la fiesta popular que significó el bicentenario de la creación de nuestra
primera insignia patria.
Abril fue un mes especial, pues conmemoramos el 30°
aniversario de la recuperación de nuestras Islas Malvinas, situación que,
notese la diferencia, los medios de la antipatria se empecinan en llamar
“invasión”.
También recuperamos la soberanía hidrocarburífera, con la
nacionalización de YPF, que será ratificada y fortalecida, a través de una Ley
del Congreso de la Nación.
Soberanía e independencia económica son sinónimos, y en ese sentido también debemos mencionar que tuvimos la actualización de la carta orgánica del Banco Central de la República Argentina, al servicio de la Patria y no de los capitales.
Y cerramos el mes con el acto del pasado viernes 27 de abril,
que significó una demostración más de que la soberanía popular sigue vigente, y
se refleja en la comunión de una líder, devenida en tal por su forma de aplicar
y comunicar sus ideas, y la juventud de su pueblo, verdadera heredera de su
legado.
Y Mayo es EL mes de la Patria. Tal vez el mayor hito de soberanía, sea precisamente el
resurgimiento del nacionalismo bien entendido. Desde un tiempo a esta parte,
que algunos ubican en los festejos del bicentenario, el pueblo ha vuelto a demostrar
su orgullo por ser argentino.
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Debo decir que no se trata de un sentimiento
nuevo, sino, que es algo que viene desde los albores mismos de la Patria, tal
vez, desde las invasiones inglesas.
Y suele ser habitual, sobre todo cuando existen intereses, que a una acción le corresponda una
reacción. Por ello también hay a la vez, otra corriente que no por minúscula
no se hace oir, que al contrario de la anterior, denosta al pueblo argentino y sus posibilidades.
Es en esta reacción, donde vuelve a aparecer la influencia
britanica en nuestra política criolla. Existe tal prédica desde poco después de
la revolución de mayo, y se resume en lo que luego Jauretche resumiría de forma
excelente, como la Zoncera 14, es decir, la inferioridad del nativo contra el
extranjero, en cualquier orden que sea, que es parte también de la madre que
las parió a todas, es decir, civilización y barbarie.
Porque así como Scalabrini Ortiz nos enseñó la influencia británica en nuestra economía, Jauretche lo hizo incluso sin mencionarlos, en lo relativo al pensamiento social y político de la clase dirigente y de los formadores de opinión.
Así podemos apreciar como a precio de oferta, nos mandaron junto a la anterior en un combo la Zoncera 2 que indica que el mal de la Argentina es
la extensión. Y como no hay dos sin tres, consideraron adecuado poder difundirlas a diario. Para
ello, uno de los suyos creó un medio, dando origen a la Zoncera 38 (Dice La
Nación…).
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Pongámoslo claro. El diario La Nación ha sido históricamente,
por acción u omisión, a sabiendas o no, y a lo largo de los últimos 140 años desde su fundación, el
órgano difusor de los intereses de la corona británica en nuestro país, mal que
le pese a sus lectores. Para colmo, del viejo Bartolo se ha podido desmentir su
anglofilia.
Por ello allí han sido publicadas desde el pasado mes de febrero,
cuando la cuestión Malvinas comenzó a recalentarse de cara al 30° aniversario
de nuestra recuperación de las Islas Malvinas, ideas que no por tamizadas o
redactadas de manera políticamente correcta, dejan de ser la muestra más cabal
y precisa de los intereses británicos. Hoy vamos a referir dos ejemplos.
El primero, corresponde al
documento de los 17 intelectuales, que pretendieron desde una columna de la
prensa escrita, dictarle la Política de Estado a una Nación, lo mismo que a las
fuerzas políticas con representación parlamentaria, que apoyaron masivamente el
rumbo elegido por el actual gobierno nacional.
Como bien señaló oportunamente el Senador Aníbal Fernández, el
eje del documento era hacer mención a la palabra “autodeterminación” que si
bien se refiere a la fundación de nuestro país, elípticamente intenta referir a
la de los isleños, o sea, como dice el Senador, “un indiscutido y elevado gesto cipayo (y agrego
que en la verdadera acepción de la palabra, ya no peyorativamente) para
defender la posición británica en el debate”.
Evidentemente, esta gente que dijo que debemos conciliar los
intereses nacionales con el principio de autodeterminación, no leyó ni los
informes oficiales que cada uno de los países emitió luego de la contienda en
lo referente a los antecedentes del conflicto, ni menos aún la resolución 2065
de Naciones Unidas (por lo que tampoco podremos pretender se tomen la tarea de
leer el excelente suplemento titulado “Malvinas, Memoria, Verdad y Soberanía”
que edita el diario Tiempo Argentino cada sábado bajo la dirección de Federico
Bernal, lo cual les ahorraría trabajo para entender las razones del conflicto).
No han podido dejar en claro qué cosa es, o a qué se refirieron si
no, cuando hacen mención a “el principio de autodeterminación sobre el que ha sido fundado este
país”. Esta duda la plasmó oportuna y claramente el periodista Hernán Brienza,
quien dudo que haya obtenido alguna respuesta convincente de parte de los
intelectuales. Creo, como dije anteriormente, que se trató de un tiro por
elevación, para dejar escrita la palabra mágica tan cara a las necesidades
políticas de la corona.
Imposible
también pasar por alto la inquietud de Osvaldo Bayer, que se sorprende por no
haber conocido de parte de estos preocupados connacionales el mismo interés y
pasión mostrados para con los kelpers, por los derechos de los pueblos
originarios argentinos, quienes también habitan nuestra tierra tiempos mayores
a la llegada de la “civilización” europea.
No quisiera caer en el repaso individual de los firmantes.
Pero es imposible no hacer referencia a algunos de ellos. La señora Sarlo
evidentemente no entendió el momento político actual. Aquello de “La fuerza del
amor” seguramente en los últimos tiempos no lo vio pasar ni de cerca, y por
ello tal vez resulta comprensible tanto odio.
Resulta indignante y triste a la vez, leer que Jorge Lanata
diga que debemos olvidarnos de las Islas Malvinas, haciéndose acreedor a lo
expuesto para la Zoncera 2. ¿La contienda militar tiene más valor a su juicio
que las resoluciones de la ONU?
¿Y cómo puede preguntarse el historiador Luis Alberto Romero
si son realmente nuestras las Islas Malvinas, al tiempo que se atribuye la
potestad para enseñar y difundir la historia nacional y se rasga las vestiduras
porque el gobierno nacional fomenta la creación del Instituto Nacional del
Revisionismo Histórico Manuel Dorrego (del mismo modo que lo hizo con el
Belgraniano, Sanmartiniano, Browniano y otros)?
¿Cómo y con qué derechos pretende este señor que la Patria pueda dejar
en sus manos la educación nacional de las futuras generaciones? ¿Cómo puede catalogarse a una persona que
movida por el odio político (maldad), y/o su poca capacidad de raciocinio
(¿incapacidad?) escribe un documento crítico donde su ponencia se basa y gira
alrededor únicamente de los escasos
argumentos del enemigo? ¿Qué diferencia hay entre su postura y los exiliados de Montevideo que se unían al enemigo invasor?
Lo mismo vale para su socia y compañera de desventuras,
la señora Hilda Sábato.
Debo admitir que el caso de Romero, es para mí especial. Pues tuve la suerte o desgracia de leer su "breve historia" durante mis épocas de estudiante secundario, y sentía ya desde entonces sentía que allí se falseaba la realidad. Tal vez ese libro haya contribuido a despertar mi sentimiento revisionista.
¿Cómo no asimilar a todos los antes nombrados a la siempre mitrista Academia Nacional
de la Historia, recordando que ya más de 50 años atrás, en el año 1967 esta
institución de dudoso sentido patriótico fijaba posición acerca del Gaucho
Rivero, considerándolo no el patriota que fue, sino como un bandido? No está de más recordar que esta postura se tomó luego de
que dos de sus miembros, Ricardo Caillet Bois y Humberto Burzio investigaran
los hechos consultando únicamente la documentación de origen británica, y
ninguna de origen nacional, ni pretendieran consultar el Archivo General de la Nación. Valga entonces el reconocimiento al señor Mario Tesler, quien
ha disentido con aquella postura y publicado uno de los primeros libros que
reivindican la gesta de este verdadero héroe nacional, como fue el Gaucho
Rivero.
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El segundo documento corresponde a la publicación del
necromaníaco Claudio Negrete también en el mismo medio gráfico el pasado 21 de marzo. Allí dice que el reclamo de soberanía no es cuestión de
estado sino mero “populismo” y reivindica los tratados de 1990
firmados por Domingo Cavallo mostrándolos como una “capitulación en términos
diplomáticos”. Como dijimos, es claro para quién juega el diario La Nación.
¿Pero existen en nuestro país tantas plumas dispuestas a apoyar esta postura? Realmente, indigna, pero nunca les faltan
voluntarios…
De todas formas, recomiendo la lectura del documento. Es una
vuelta de tuerca a la retorcida politica inglesa, y demuestra lo que señalé al inicio del documento, acerca de la inteligencia con la que vuelven a la carga cada vez.
Primero lo intentaron con los
17 intelectuales cipayos. La estrategia no funcionó, porque el documento es más
que pobre, porque lograron número pero la cantidad no pudo garantizar calidad, y especialmente, porque es casi imposible que pueda salir algo bueno cuando el derecho
no los asiste.
Entonces mejoraron la técnica y nos enviaron este artículo. Donde
se nos pretende enseñar soberanía, diciéndonos que cuidemos el resto del país,
antes de reclamar las islas. Que hemos perdido durante años aspectos de la
soberanía (muchos a manos británicas y con la anuencia de varios medios periodísticos, en especial el que le da el espacio). Aunque mucho de esto que dice que hemos perdido sabemos que se ha recuperado en la última década, con este gobierno de signo nacional y popular, cosa que por supuesto, la nota se preocupa especialmente
en no mencionar.
Finaliza mencionando que las Malvinas son Argentinas por
historia y por derecho. Peeero, que debemos ser dignos de merecerlas, y pretende enseñarnos a hacerlo. Es decir,
la zoncera 14, de la denostación del nativo a su máxima expresión.
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No va a faltar alguna próxima oportunidad. Seguramente, algún madrugado volverá a poner sobre la mesa las palabras del diputado radical Absalón Rojas, que en la década del '50 llegó a decir que las habíamos vendido 100 años antes (*). O no faltará pronto quien pregunte por qué motivo pasaron tantos años, entre Caseros y el Peronismo, que no se hizo el reclamo. Sencillo señores, eso es parte de la estrategia británica. Como éramos en la práctica su colonia, el cipayismo no reclamaba.
Para que quede claro: Bajo ninguna circunstancia los
argentinos aceptamos, ni debemos permitir que se acepte en el futuro, a la contienda
de 1982 (*) como generadora de derechos para los británicos, y del mismo modo
tampoco renunciamos al legítimo reclamo de nuestra soberanía sobre las islas.
En primer lugar, porque el juicio de la historia no lo
perdonaría y además, porque sería atentar contra la Constitución Nacional cuya
cláusula transitoria primera indica que: “La Nación Argentina ratifica su
legítima e imprescriptible soberanía sobre las Islas Malvinas, Georgias del Sur
y Sándwich del Sur y los espacios marítimos e insulares correspondientes, por
ser parte integrante del territorio nacional”.
Seguramente sea esta cláusula constitucional el verdadero
motivo del reclamo de los 17 intelectuales desde el lugar que lo hacen, pues de
eso de violentar la Carta Magna, la “Tribuna de Doctrina” mucho ha sabido a lo
largo de la historia.
(*) Tampoco es válida la postura británica que considera que
la no inclusión de una mención a la soberanía nacional sobre las islas en el
tratado firmado en 1849 luego de la invasión franco-británica a nuestro país
significa una renuncia de la República Argentina a sus derechos. Los aspectos allí tratados
sólo hacían referencia a los sucesos ocurridos en el territorio continental
argentino, durante los últimos años, no estando involucrados en el tratado, los
sucesos de las Islas Malvinas.
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Para que se entienda claramente, tal como dijera Guido
Croxato en un artículo publicado en febrero pasado, “Inglaterra no quiere el
diálogo porque no tiene nada para alegar: sólo una guerra espuria ganada. Y la
guerra no puede ser argumento válido para un país que presume de ser civilizado
y democrático. No dialoga porque sabe que a la Argentina le asiste la historia,
la razón y el derecho”.
Una solución pacífica al diferendo implica
sentarse a negociar en condición de igualdad entre la Republica Argentina y el
Reino Unido de la Gran Bretaña. Si se han venido negando es porque son
enteramente conscientes de que toda la legislación internacional les juega en
contra. Que el acto de apropiación de unas islas que no eran suyas, en las
cuales flameaba el pabellón argentino es insanablemente ilegal e ilegítimo y,
porque como bien señaló Atilio Borón, “ni siquiera mil años de ocupación podrán
redimir a los invasores británicos de ese pecado de origen”.
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Para cerrar, quisiera publicar la primera estrofa completa
de nuestro himno nacional que ha cumplido un nuevo aniversario el pasado 11 de mayo. Pues parte del ocultamiento de nuestra historia, lo marca que el más
bello de sus versos, se hubiera omitido de la parte que habitualmente cantamos.
Y así como bregamos por la reivindicación de la bandera Azul
y Blanca para nuestra patria, hagamos votos para que todos volvamos a cantar
completa, con la diestra en el corazón, bien fuerte, orgullosos y sin temor, la estrofa que dice:
¡Oíd, mortales!, el grito sagrado:
¡libertad!, ¡libertad!, ¡libertad!
Oíd el ruido de rotas cadenas
ved en trono a la noble igualdad.
Se levanta a la faz de la Tierra
una nueva y gloriosa Nación
coronada su sien de laureles
y a sus plantas rendido un león.
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