Tuve la suerte de escucharlo en el stand de Radio Nacional en la Feria del Libro, conversar acerca de estos temas cuando lo visitó el Senador Aníbal Fernández. Comparto la nota y todo lo que tan bien expone (y que a otros no nos sale de esa forma).
YPF no es lo importante Por: Hernán Brienza
06/05/12
El signo de esta semana fue mucho menos
grandilocuente pero mucho más profundo y denso. Me refiero a esa corrida, casi
como una fuga, en tonos grises, de un hombre en geografías propias.
Advertencia al lector: el editorial no se
referirá a la promulgación de la ley de expropiación de YPF. Pero no porque el
autor considere que no se trata de un hecho histórico incontrastable. Tampoco
es que no se sienta sorprendido por la abrumadora mayoría por la que fue
aprobada la norma en el Senado y en Diputados. Sino porque considera que el
signo de esta semana fue mucho menos grandilocuente pero mucho más profundo y
denso. Me refiero a esa corrida, casi como una fuga, en tonos grises, de un
hombre –que bien podía ser una escena de Rocky Balboa, ese boxeador humilde y
tontuelo que puso en la lona al campeón de todos los pesos– enfundado en un
jogging en geografías propias pero poco amenas para los argentinos. Con música
épica, con carteles en inglés, con el Océano Atlántico de telón de fondo, ese
hombre –cuyo verdadero nombre y circunstancias son ahora nimiedades– realiza
flexiones hasta quedar exhausto y besar la des-tierra. La publicidad concluye
con una frase que semeja una estocada con punta envenenada: “Para competir en
suelo inglés, entrenamos en suelo argentino.”
La frase es ingeniosa. Pero es algo más aún.
Es sutil. Primero porque no tiene el contenido belicoso que, por ejemplo,
tenían las publicidades chauvinistas de bebidas alcohólicas realizadas con
oportunismo para los mundiales. Pero sobre todo, porque tiene una pluralidad de
interpretaciones, no es aprehensible, y es borgeana, en algún sentido. Se trata
de un territorio-desterrado, de una propiedad-no propia, de un suelo argentino
que es inglés y de un suelo inglés que será argentino. Y permite, además, la
posibilidad de revisitar estos años. Porque no es un atleta de excelencia que
viaja a Europa porque en su país no tiene oportunidades. No está construido
sobre el mito de la exportación de “los mejores”, convirtiendo automáticamente
a los que se quedan en nuestra patria en “los peores”, el lastre, los fracasados
que no pueden escapar de un país decadente y en ruinas que se merecen por no
estar a la altura de la “aristocracia” que huye. El protagonista de la
publicidad corre, pareciera que huye, pero entrena. Entrena en su patria para
competir en territorio ajeno. Él, como Luciana Aymar, gigante deportista que
reta a su compañera porque no utilizó su derecho como mujer de elegir no quedar
embarazada justo cuando hay que ir a competir a Gran Bretaña, son parte de los
mejores. Están “aquí” y van “allá” temporalmente para conquistar unos metros de
gloria.
Sin la lógica de esa publicidad, la
expropiación de YPF no habría sido posible. Porque, a decir verdad, el clima
político, económico, ideológico que vive Argentina es hijo directo de aquella
brillante definición que dio la presidenta de la Nación en el año 2007 cuando
dijo “la batalla es cultural”. Porque en los noventa lo que había ocurrido,
justamente, era que el neoliberalismo había ganado esa batalla. Cualquier hijo
de vecino en los noventa recitaba el credo de las privatizaciones que rezaba,
según el decálogo menemista pronunciado por Roberto Dromi: “Nada de lo que
deberá ser estatal quedará en manos del Estado.” Pero hasta allí estaríamos
discutiendo meras estrategias técnicas para llevar adelante, con pragmatismo,
determinadas políticas públicas. Ni las privatizaciones son demoníacas por sí
mismas ni tampoco las estatizaciones nos llevarán al cielo. Porque la batalla
de fondo no es la pragmática sino la identidad, la conciencia nacional de quien
decide utilizar una u otra estrategia en determinado momento histórico. ¿Se
privatiza para beneficiar a la Nación? ¿Se estatiza para que las empresas
privadas hagan fortunas a costa de ella? ¿Cuándo la dictadura estatizó la
compañía Ítalo-Argentina de electricidad o la deuda de las empresas privadas
pensaba en el bien de las mayorías o de los negocios privados? La pregunta de
fondo es ¿para qué? Pero sobre, muy sobre todo, es ¿quiénes somos?
Y ese, en verdad, es el corazón de la
cuestión cultural. El kirchnerismo, pero sobre todo Cristina Fernández, elaboró
como máxima estrategia a largo plazo la reconstrucción de la identidad y de la
autoestima nacional. Porque sabe que sin Nación no hay pacto social de
convivencia. Y tampoco paritarias ni AUH ni ANSES ni Aerolíneas ni YPF. Por eso
para poder instalar el neoliberalismo en los noventa dispararon donde más
duele: en la identidad nacional. Primero la dictadura cívico-militar con sus
publicidades contrarias a la industria nacional y con su pseudo patrioterismo
infantil y belicoso que aplicó primero contra la “subversión”, luego contra
Chile y como, finalmente, vio luz en Gran Bretaña, la emprendió contra la
“Pérfida Albión”.
La democracia decidió “desnacionalizar” a la sociedad,
mientras la constante prédica del “periodismo montevideano” –aquellos escribas
exiliados que desde Uruguay consideraban que a la “barbarie” americana se la
combatía defendiendo los intereses de las potencias civilizadas– nos inculcaba
que “este era un país de mierda”, que no podíamos administrar nuestras empresas
y, prácticamente, durante el delarruismo llegó a proponer que el país fuera
gobernado por extranjeros. Reconstruir la idea, y por ende, una praxis
colectiva fundada en la apelación a la Nación es el legado más importante
–recordemos la fiesta popular del Bicentenario– que el kirchnerismo aporta a la
historia de los argentinos y a su futuro. Los argentinos podemos entrenar en
nuestro suelo, competir en suelo inglés y, como si fuera poco, volver a nuestro
país a vivir. Ya no somos exiliados. Ese es el mensaje. “Los argentinos tenemos
Patria.” Pero ¿qué es eso?
Juan Domingo Perón concluyó su texto La
comunidad Organizada con una iluminadora prosa. Decía: “Nuestra comunidad
tenderá a ser de hombres y no de bestias. Nuestra disciplina tiende a ser
conocimiento, busca ser cultura. Nuestra libertad, coexistencia de las
libertades que procede de una ética para la que el bien general se halla
siempre vivo, presente, indeclinable. El progreso social no debe mendigar ni
asesinar, sino realizarse por la conciencia plena de su inexorabilidad. La
náusea está desterrada de este mundo, que podrá parecer ideal, pero que es en
nosotros un convencimiento de cosa realizable. Esta comunidad que persigue
fines espirituales y materiales, que tiende a superarse, que anhela mejorar y
ser más justa, más buena y más feliz, en la que el individuo puede realizarse y
realizarla simultáneamente, dará al hombre futuro la bienvenida desde su alta
torre con la noble convicción de Spinoza:
Sentimos, experimentamos, que somos eternos.”
Acertada y elegante frase atribuida al
filósofo Carlos Astrada: “La náusea está desterrada de este mundo.” Porque,
para el Perón-Astrada no hay sinsentido vital donde hay patria y Nación. Y no
se trata de una grandilocuencia esencialista, de una pomposidad momificada.
Sino quizás de esa humilde idea del francés Ernest Renan: “Una nación es, pues,
una gran solidaridad, constituida por el sentimiento de los sacrificios que se
han hecho y de aquellos que todavía se está dispuesto a hacer. Supone un pasado;
sin embargo, se resume en el presente por un hecho tangible: el consentimiento,
el deseo claramente expresado de continuar la vida común. La existencia de una
nación es (perdonadme esta metáfora) un plebiscito cotidiano, como la
existencia del individuo es una afirmación perpetua de vida.” La recuperación
de la autoestima nacional fue seguida por esa explosión de orgullo que
significó el pueblo en las calles festejando el Bicentenario.
El desafío ahora
es el de lograr la tan esquiva “unión”. Porque ya lo escribió con claridad
Manuel Belgrano en mayo de 1810: “La unión ha sostenido a las Naciones contra
los ataques más bien meditados del poder, y las ha elevado al grado de mayor
engrandecimiento; hallando por su medio cuantos recursos han necesitado, en
todas las circunstancias, o para sobrellevar los infortunios, o para
aprovecharse de las ventajas que el orden de los acontecimientos les ha
presentado. Ella es la única, capaz de sacar a las Naciones del estado de
opresión en que las ponen sus enemigos; de volverlas a su esplendor, y de
contenerlas en las orillas del precipicio: infinitos ejemplares nos presenta la
Historia en comprobación de esto; y así es que los políticos sabios de todas
las Naciones, siempre han aconsejado á las suyas, que sea perpetua la unión; y
que exista del mismo modo el afecto fraternal entre todos los Ciudadanos. La
unión es la muralla política contra la cual se dirigen los tiros de los
enemigos exteriores é interiores; porque conocen que arruinándola, está
arruinada la Nación; venciendo por lo general el partido de la injusticia, y de
la sin razón á quien, comúnmente, lo diremos más bien, siempre se agrega el que
aspira á subyugarla. Por lo tanto, es la joya más preciosa que tienen las
Naciones. Infelices aquellas que dejan arrebatársela, o que permitan, siquiera,
que se les descomponga; su ruina es inevitable.”
La renacionalización de YPF,
entonces, no es lo importante. Es apenas un síntoma. Porque sin identidad, sin
autoestima y sin unión nacional nada es posible. Ni las políticas públicas
dirigidas a las mayorías ni las exigencias de compromiso a los empresarios y
trabajadores, o al “Ciudadano”. Lo fundamental, en términos históricos, es que
el kirchnerismo ha logrado algo que años atrás parecía imposible: ha
renacionalizado culturalmente a la Argentina.
Nota original en: http://tiempo.infonews.com/2012/05/06/editorial-74846-ypf-no-es-lo-importante.php
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